Entrevista a Elena Medel, Premio Francisco Umbral al Libro del Año 2020: «Vivo de las afueras de la literatura»

Elena Medel, autora de Las Maravillas

Por Anita Wonham. Fotografías de Cristina del Castillo.

Elena Medel es la única mujer escritora que hasta el momento ha ganado el Premio Francisco Umbral al Libro del año. Ha sido en 2020 y por su primera novela, Las Maravillas (Editorial Anagrama), una historia sobre la precariedad, los cuidados y la supervivencia de tres mujeres de clase obrera en el Carabanchel de los años 60.

Poetisa precoz y novelista tardía, a sus 36 años, esta autora cordobesa ha sabido entrelazar su excelente calidad poética con una prosa vibrante y se ha llevado un premio que le emparenta con Rafael Chirbes o Fernando Aramburu, entre otros, gracias a —en palabras del jurado—, “la frescura literaria de una narración que pone en valor la relación intergeneracional con un acento especial en las mujeres, no siempre visibles en otras grandes obras literarias”.

Charlamos con ella en la intimidad del Café Mistral de Madrid.

¿Sientes que el reconocimiento de la novela te viene de la gente que se identifica con los personajes?

Cuando escribí la novela me preocupaba muchísimo que los personajes no fueran verosímiles, romantizar o idealizar sus situaciones, sus experiencias… quería que sonarán a verdad. La tradición de la que vengo es el realismo. Soy una novelista garbancera, utilizando ese adjetivo que le colocaban a Galdós. Cuando alguien me dice “esta historia que cuentas me recuerda mucho la vida propia” o “esta situación yo la he vivido, o la ha vivido mi madre, o mi hermana”, me reconforta. Porque era uno de mis temores al plantearme la escritura.

Y también hay ciertos personajes que pueden hacer referencia a otro tipo de lenguaje, como el audiovisual.  Por ejemplo, Alicia me recuerda a la protagonista de Solas, la película de Benito Zambrano.

Sí. En especial, para construir el personaje de María, las atmósferas y los escenarios en los primeros años, me inspiró mucho una cineasta que se llama Cecilia Bartolomé, que además es una pionera en el cine hecho por mujeres en España. Fue alumna de la Escuela de Cine y su obra es muy amplia, pero a mí me interesaban sobre todo los cortometrajes y mediometrajes que realizó en los años 60, porque están rodados en la época en que el personaje de María viene a vivir a Madrid. En concreto, una pieza suya, Carmén de Carabanchel, me ayudó mucho a construir los escenarios, las actitudes de los personajes… 

¿Y realizaste algún trabajo de campo?

Conocí mucho el Carabanchel de los 60 y 70 por los testimonios de mis vecinas. Vecinas que llevaban viviendo allí unas cuantas décadas y a las que preguntaba para resolver algunas dudas. También fue muy importante para mí el archivo municipal virtual, que depende del Ayuntamiento de Madrid y se nutre de las fotografías que la gente ha dio donando. Me parece algo muy hermoso, abrir un albúm virtual y pensar que esa foto que se hizo alguien a finales de los 60, tras emigrar a Madrid para trabajar, no solo tiene un enorme valor personal, sino también histórico. Así que he tenido esos apoyos en las imágenes. Aunque yo vengo del mundo de la palabra, pero sentí que tenía esas muletas.

Foto Elena Medel, autora de Las Maravillas y Premio Francisco Umbral a la mejor novela 2020

De todos modos, cuando las poetas —tú eres poeta en primer lugar— hacéis una incursión en la narrativa, normalmente soléis tener éxito.

Bueno, ¡también ha habido algunos fracasos! (Risas). Yo he leído alguna novela que es justo eso, novela de poetas, mucha palabra, poca acción y poca trama. No lo sé. Yo he publicado primero poesía y me he dedicado sobre todo a ella, pero empecé escribiendo narrativa en mi infancia, con 7 u 8 años. Es una historia muy común a la de mucha gente. Escribía pequeños cuentecitos, la cuestión es que nunca se publicaron. Pero sí, he ido alternando los géneros porque, más allá de la forma, me interesa contar ciertas obsesiones que me van acompañando. A veces tienes el molde de la narrativa, a veces el de la poesía. Depende de lo que en ese momento te pida el cuerpo.

¿En qué faceta te encuentras más cómoda?

A mí me gusta escribir y me gusta editar. Para mí no hay distinción entre esas dos labores. Y tampoco hay distinción entre los géneros. Es cierto que, desde hace unos años, me resulta más sencillo escribir prosa, me sale más fácil. No sé por qué, no es algo racional, no tengo un motivo, pero me cuesta mucho pensar en poemas desde hace tiempo. Incluso muchas veces tengo el impulso de escribir un poema, pero no me sale.

No me lo puedo creer… además eres muy joven.

¡Ya cada vez menos! (Risas).

Pero sí lo eres para, de alguna manera, haber llegado a conmover a tanta gente. ¿Crees que en España se puede vivir de la literatura?

En mi caso, yo vivo de las afueras de la literatura. Quiero decir, a mí la novela me puede dar para vivir unos meses, porque ha ido muy bien en ventas, ha tenido repercusión, etc. Pero puede ser que en la siguiente tenga muchísimas menos ventas, y la siguiente menos todavía. Aunque sí me mantengo de las afueras de la literatura: conferencias, artículos… Y además, claro, de mi trabajo como editora. No con mi editorial, La Bella Varsovia, porque es un balance de ingresos y gastos muy armónico, de manera que no da pérdidas ni beneficios, pero sí de mi trabajo como editora para otra gente.

Y así vas tirando…

Con ese equilibrio voy buscando mantenerme y, de repente, me llega la suerte con el Premio Umbral, que me ha dado mucha tranquilidad a nivel económico, evidentemente al margen del orgullo de estar en ese listado de ganadores también. Sobre todo, esa tranquilidad de decir “gano unos meses de calma para el siguiente libro que estoy escribiendo”.

¿Cuáles son tus referentes poéticos y narrativos?

Yo entré en la poesía por Federico García Lorca, aunque leía desde bien pequeñita. Era mi disfrute, lo que más me apasionaba. Leía cuentos, libros infantiles, novelitas muy breves… En la adolescencia me regalaron una antología del 27, la típica antología de Cátedra, y ahí descubrí los poemas de Lorca. Para mí fue el autor que me descubrió la poesía como lenguaje, casi como idioma, más allá del género literario.

¿Alguien más?

Después, Ángela Figuera Aymerich. No es tan conocida. Es una autora que suele encajarse en la Generación del 50, aunque por edad estaría más cerca del 27, pero publica muy tarde y estéticamente es de la estela de Machado. Me gusta toda esa construcción que hace del espacio íntimo como espacio público. Escribe poemas cercanos, mullidos en la poesía social, comprometida o política, pero que se desarrollan en el salón de una casa, en la cocina… Me interesa mucho esa tensión entre lo privado y lo público, entre lo íntimo y lo político. Es una autora a la que siempre vuelvo porque en la sencillez de sus palabras hay también una ingeniería admirable al construir los poemas.

¿Y en narrativa?

Carmen Martín Gaite. Es una autora fundamental para mí, por motivos muy parecidos a los de Ángela Figuera. Por esa capacidad de hablar de lo emocional/político, de lo que va de lo que sentimos a lo que pensamos y reclamamos, y por esa construcción de un imaginario que yo siento muy cercano. El valor político, el valor casi ideológico de determinados roles familiares. Y toda su parte ensayística. También me gusta bastante Annie Ernaux. Me gusta el tratamiento biográfico que hace. Yo no soy una escritora de autobiografía, y para mí los recursos del yo son precisamente eso, recursos, no son el centro. Pero me gusta cómo ella consigue trazar un viaje desde lo personal a lo común.

¿Algún libro suyo que recomiendes?

Mi favorito es El Lugar. Ahí habla sobre la muerte de su padre e inevitablemente sientes su emoción. Te conmueve, salvo que no tengas sangre en las venas. Además utiliza este hecho para hablar de mucho más. Del desclasamiento, del choque entre la generación del padre —que es una generación criada entre guerras, rural, que viene de la pobreza absoluta— y su generación, que se está desclasando, ascendiendo desde la clase baja, la clase obrera, a la burguesía. Y convierte esa novela familiar, de duelo, en una novela política. Como ves, me interesa siempre lo mismo pero en distintos moldes.

¿Y cuando alguien te dice que tu novela es una novela de clase?

Me parece genial. Es una novela política, una novela social, una novela sobre la clase, sobre el dinero… Esas etiquetas no me importan. Es algo que tiene que ver con la literatura y no tiene que ver con la literatura. Tiene que ver con lo que ocurre cuando el libro se publica, pero no tiene que ver con lo que ocurre cuando el libro se escribe.

La génesis creativa…

Claro. A mí, a priori, todo me parece bien, no suelo poner problemas a casi nada. Y en este caso, es que está escrito con esa conciencia, esa voluntad ideológica.

¿Tienes mucha gente a tu alrededor en el proceso de corrección?

Por lo general, tengo una amiga que es también escritora, María Sánchez. Ella suele leer casi todos mis artículos antes de enviarlos y yo, los suyos. Sabe muy bien qué es lo que pienso, qué es lo que quiero, e identifica muy bien cuando algo me queda un poco confuso. Y al revés, yo conozco muy bien qué es lo que ella quiere, cuáles son sus intenciones y me resulta sencillo identificar eso. 

¿Y para Las Maravillas?

Ahí conté con una amiga que es lectora de cabecera de todos mis intentos de novela y que tuvo una lectura llena de caos del primer borrador. Porque no fue un borrador, sino que yo le fui mandando capítulos. Ella leía un capítulo, luego leía otro, y no sabía muy bien quién era quién, pero me daba feedback: “esto no no me interesa tanto”, “esto sí…”. Cuando tuve una primera versión, se la envié a mi agente, que también me dio su feedback. Y también he recibido comentarios de mi editora y de otros lectores de confianza.

¿Es importante para ti?

Sí, muy importante. No tengo problema en compartir esos textos en crecimiento con gente en la que confío porque el texto gana. Al final, estás durante mucho tiempo trabajando en algo y acabas perdiendo la perspectiva. Recuerdo que en una de las primeras entrevistas que hice sobre Las Maravillas, empecé a hablar de una escena y la periodista me dijo: “¿Pero eso está en la novela?”. Resulta que le estaba hablando de una escena que había terminado eliminando, pero yo no era consciente (risas). Estaba desconcertada. Hasta que tomé el libro y dije: “¡Ah, pues no, lo eliminé!”

Y ya para terminar, ¿proyectos futuros?

Estoy acabando un ensayo, un poco en la línea del que publiqué en Ariel sobre Machado. Creo que saldrá el año que viene, también en Ariel. Y estoy con otra novela desde hace dos años, y tengo un poema que son cuarenta versos… no hacen un libro (risas).

Cada verso, un poema, podría ser…

Sí, sí, podría ser un libro de artista. Un verso, una página. Pero ya con eso, el ensayo y la novela, tendré cubiertos 2022 y 2023. Aunque nunca se sabe, se te puede cruzar un proyecto, una idea de novela… no sé. Nunca me atrevo a decir…

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