Por Santiago Úbeda
Pese a disponer de una copiosa e interesante obra escrita, Agustín Sánchez Antequera es conocido principalmente por su labor como editor. Empezó vendiendo en la calle cuadernillos artesanales elaborados por él mismo a base de fotocopias y ha terminado al frente de El Sastre de Apollinaire, uno de los sellos editoriales de referencia de la poesía española contemporánea, con autores como Juan Carlos Mestre, Miguel Ángel Muñoz Sanjuán, Jorge Solís, Sara Zapata o José Miguel Perera.
Locuaz, lúcido y sin pelos en la lengua, Agustín arremete contra la fama literaria y la dictadura de lo narrativo, a la par que elogia el trabajo de algunos compañeros de viaje y reflexiona sobre la lectura poética o las dificultades de editar libros de poesía.
Agustín Sánchez Antequera, editor.
Yo qué sé. Siempre he intentado huir de etiquetas. Y ocurre mucho en el mundo editorial que se le quita su apellido al editor y se le pone el nombre de la editorial. Por ejemplo, Chus Visor. A mí me decían Agustín Legados, cuando estaba con Legados; y luego Agustín Sastre, cuando fundé El Sastre de Apollinaire. Pero en el fondo me jode mucho decir que soy editor.
Pero lo eres.
Sí, pero coyunturalmente. O a lo mejor no. O a lo mejor voy a pasarme el resto de mi vida trabajando en esto, pero no solamente soy editor. Recuerdo que Rafael Reig decía algo así como que él era escritor cuando escribía, pero que le costaba mucho saberse escritor cuando estaba comprando doscientos gramos de jamón york en el supermercado. Por eso no me gusta etiquetarme. Yo he sido jardinero, conserje, camarero, estudié Filología pero no acabé… he sido vago, perezoso, he sido mil cosas. Y ahora soy editor.
¿Eso quiere decir que no tienes vocación de editor?
Ser editor es un oficio muy poco vocacional. Es muy raro que un niño te diga que de mayor quiere ser editor. Porque es un oficio al que se llega siempre desde otra parte. Se llega desde ser profesor o pensador o escritor. Pero poca gente sueña con ser editor cuando es pequeño o adolescente, entre otras cosas porque ni siquiera saben en qué consiste ese trabajo. Es algo muy parecido a ser lector, eso sí.
¿Es suficiente entonces ser un buen lector para dedicarse a la edición?
Un buen editor es una especie de guía de lectura, un lector que guía y aconseja a otros. Algo así como llegar y decir: mira lo que he descubierto. Después tienes que sacar adelante el libro, claro. Y antes de eso, mejorarlo.
¿Cómo?
El libro puede y debe mejorarse en lo gráfico, en el diseño, en el aspecto tipográfico, en el aspecto comunicativo y, por supuesto, en las correcciones de estilo y ortográficas. Lo que ocurre es que hay textos que si los tocas, los destrozas. Y hay poetas que se decepcionan porque no les digo nada. Yo les respondo es que a su libro no se le puede meter mano, es incontestable, es su mundo, está bien escrito, no tiene erratas… Lo único que me queda es decidir si lo publico o no lo publico, y eso ya está relacionado con otro tipo de cuestiones como a quien puede interesar o la línea del sello editorial.
¿Eso quiere decir que tienes un criterio muy establecido y sabes perfectamente lo que editas y lo que no editas?
Hay unas intenciones, sí, pero también hay cuestiones relacionadas con el azar, con el tiempo, con el espacio. Y eso tiene que ver con que unos textos lleguen y otros no, o que los que lleguen no los puedas sacar adelante porque son muy extensos o porque son muy caros y entonces te puedes arruinar. Pero en general publico a autores que son poco mediáticos, y no porque no encuentre a los mediáticos, sino porque no quiero ayudar a los mediáticos. Ni ellos me necesitan ni yo encuentro placer en echarles un cable. Son autores que no van conmigo.
¿Qué es El Sastre de Apollinaire entonces?
La idea del Sastre es mostrar esas otras opciones poéticas y estéticas que han ido surgiendo en los últimos veinte años en la poesía española. Joder, ¿qué es el Sastre? El lema en sí tiene unas connotaciones y el buen entendedor, el buen lector, sabrá sacarlas por sí mismo.
¿Y qué es Legados? ¿O ya es agua pasada?
No, no es agua pasada. Legados es el tronco editorial de donde parten distintas colecciones: narrativa, poesía, ensayo, Historia, teatro. La idea era hacer una editorial genérica. Y de ahí surgió, como una rama del tronco, el Sastre. El Sastre luego se ha impuesto porque, al trabajar de forma autónoma, no tengo una infraestructura como para tener una editorial en plan grupo editorial con distintas colecciones, y por eso decidí ceñirme principalmente a una colección. Legados fue una forma de arranque, que ahora está durmiendo. Pero se puede despertar en cualquier momento.
¿Y La Kermesse Heroica?
La Kermesse Heroica salió como una colección de narrativa dentro de Legados. Fue una idea de Antonio Figueras. Yo puse la parte técnica, estructural, y Antonio la parte más literaria. Lo último que hicimos fue poco antes del COVID, que fue el libro de Enrique Darriba. Hicimos una presentación, la primera, que fue en febrero del año pasado y se quedó ahí parado por la pandemia. Lo que hemos hablado Antonio y yo es que, cuando pase todo esto, la Kermesse tenga vida propia, que se escinda de Legados y la dirija el propio Antonio, que es su padre. Yo solo soy el colega que le ha apoyado.

Antes decías que los editores siempre vienen de otro oficio. ¿Cómo llegas tú a la edición?
Yo escribía poesía, muy mala, (risas), y también novela, relatos, igual de malos. Y lo que ganaba en verano haciendo suplencias en porterías, lo invertía en presentarme a premios. Pero como no tuve éxito, decidí hacerme unos libritos en formato A-5. Y esos cuadernillos con mis poemarios y mis novelas, me iba a venderlos al Retiro. Y un día me dije, voy a bajarme direcciones de editoriales y voy a enviar currículums. Y me cogió una pequeña empresa. Allí estuve un par de años y aprendí cuál es el proceso general de edición.
¿Qué empresa era?
No, no voy a decir su nombre, salí muy mal de allí. Que se jodan. No pienso hacerles publicidad a esos. Mi labor era la de asesor literario. Aprendí algunas cosas, pero las relacionadas con el diseño o la maquetación las aprendí por mi cuenta.
Cuéntanos cómo es el proceso de edición en El Sastre de Apollinaire.
Ha ido evolucionando, desde el 2008 que empecé. Normalmente yo no busco, no voy por las redes o por los bares buscando, porque eso genera una idea clasista en el autor que puede producir grandes confusiones. Puede pensar que si un editor le está buscando es porque le va a hacer rico y famoso. Todas esas mierdas que el cine y la televisión nos venden acerca del mundo literario. Yo tengo mis canales a través de internet. Me llegan muchas cosas. De entre ellas, selecciono, y a partir de ahí empiezo a hablar con el autor. Yo soy un pequeño editor. Puedo poner un trampolín, un medio de difusión, pero no soy un editor como los de las películas.
¿Te llegan muchas propuestas?
Me llegan emails todos los días. He tenido años de recibir una media de tres al día. Ahora menos, porque cuanto más tiempo lleva una editorial y más se conoce, más saben los autores lo que le interesa publicar a esa editorial. Si tienes, por ejemplo, un libro de sonetos a la virgen de tu pueblo, pues no lo envías a El Sastre de Apollinaire porque no es el tipo de libros que publico.
¿Y te da tiempo a leerlo todo?
Ten en cuenta que yo maqueto, diseño, corrijo, hablo con las librerías, hablo con las distribuidoras, hago mis facturas, si tengo que ir a correos a llevar los libros, los llevo. En definitiva, que yo hago todo y tengo poco tiempo para leer. Pero con el tiempo te das cuenta de quién te escribe y quién no y a veces las lecturas son muy rápidas. Abres el fichero y en cuanto lees tres poemas ya sabes si te interesa o no te interesa. Lo que está claro es que no puedes ofrecer un libro con tres poemas malos al principio.
¿Qué aporta el libro frente a la vorágine de las redes sociales?
Me vienen dos ideas a la cabeza. Una es de relación de raíz con el libro. Una relación radical del ser humano con el libro. El libro es un diseño muy difícilmente mejorable. Una cuchara es un diseño difícilmente mejorable, casi por una cuestión de la ley de la gravedad. Y al libro cosido, pasando las páginas, le sucede lo mismo. Eso establece una unión psicológica del ser humano con el libro enorme, de raíz. Es muy difícil que nosotros nos separemos de aquello que forma parte de nuestra naturaleza.
Porque las redes son artificiales.
Pueden ser útiles, pero no tienen esa relación con nosotros tan de raíz, tan radical como la que tenemos con el libro. Y por otro lado, el libro es un elemento físico con un principio y un final. Está acotado. Es un formato cerrado que acota el territorio y limita lo que vas a leer. Y hay una tercera idea que tiene que ver con mis pensamientos filosóficos y políticos. Cuando empezamos con los blogs y luego con las redes, pensábamos que quienes fueran nativos de eso prescindirían del papel.
Pero no ha sido así.
Al final ha ocurrido todo lo contrario, siguen creyendo en el libro. Cualquiera puede abrir un blog o estar en una red social, pero a aquel que escribe un libro se le presupone una inteligencia, unos conocimientos. Aunque uno tenga miles de seguidores en internet, uno siempre tiene las ganas de ser reconocido en formato de papel. Hay una especie de burguesía por el objeto libro.
¿Y por qué editas poesía y no otros géneros que a lo mejor son más rentables?
En primer lugar porque creo que desde la especialización se puede luchar mejor contra los grandes monstruos mediáticos. Y luego también es un gusto mío, una vocación por la poesía. Crecemos con las historias, con los cuentos. Y tendemos a pensar que el lenguaje narrativo, con su presentación, su nudo, y su desenlace, es natural en nosotros. Pero con los años, a base de leer mucho, te das cuenta de que quizá eso no sea tan natural. Que desde la escuela, los medios de comunicación y las estructuras sociales se nos impone lo narrativo como una forma sencilla y natural de comunicación. Y no estoy de acuerdo.
¿Por qué?
¿Acaso la poesía, el ritmo, lo fragmentario, incluso la ruptura con el lenguaje, no forman también parte de nuestra naturaleza? Los niños, por ejemplo, que todavía no están tan socializados como nosotros los adultos, se inventan espontáneamente cantidad de asociaciones libres que nada tienen que ver con lo narrativo. Y luego hay en mí unas ganas tremendas de responder al ruido constante y machacón de esa dictadura de lo narrativo. Denuncio la dictadura de lo narrativo. Porque lo narrativo es un sistema de poder.
Es una teoría interesante, pero no sé si muy aceptada,
Me encuentro con muchos amigos que te dicen “es que cuando yo escribo lo que quiero es comunicar”. Y bueno, si eres periodista o profesor o contador de cuentos o actor, pues perfecto. Pero hay otros que creemos que la incomunicación que a veces parece ofrecernos la poesía produce una nueva forma de comunicación que responde y desafía a lo establecido.
Según Mónica Castro, poeta y ensayista, leer poesía no tiene nada que ver con la lectura de narrativa o de ensayo. Uno se puede leer ciento cincuenta páginas seguidas de una novela, pero la poesía es para leerla poco a poco. La narrativa clásica de introducción, nudo y desenlace te arrastra a seguir leyendo, y la poesía también te arrastra, pero de otra manera.
Estoy completamente de acuerdo. Cuando lees un poema que te fascina, te produce una ruptura con el resto del día. Pero lo importante de ese poema, el gran tema de la poesía, son las estructuras lingüísticas, el lenguaje. Mientras que en una narrativa de presentación, nudo y desenlace, el gran tema es lo que se te esté contando, el tema de la poesía, aparte de los temas que se toquen, como el amor o la naturaleza, es el lenguaje. Lo que realmente hace que uno se fascine o se deleite con un poema es el tratamiento del lenguaje, el trabajo que lleva a cabo el poeta con el lenguaje.
Entonces, ¿por qué crees que la poesía es rechazada por el gran público? ¿Es, como decías, porque se nos ha impuesto una estructura narrativa o porque el lenguaje es el eje que la vertebra?
Es un asunto complejo. Una causa es porque la poesía produce fricción interna, te hace friccionar con una de las cosas que creemos que es más nuestra: el lenguaje. Creemos que el lenguaje nos pertenece, y la poesía que es verdaderamente poesía produce muchísima fricción en ese sentido. Eso nos incomoda, mientras que el caldito, la mantita, el Netflix y lo narrativo, te dan calorcito. Lo que ocurre es que el calorcito, a la larga, es soporífero, y la fricción puede ser absolutamente estimulante. Luego está la evidencia de que el poder gusta de las estructuras prefijadas, como las de la narrativa al uso. Y la poesía rompe con esas estructuras y, por tanto, podría llegar a ser peligrosa. Finalmente, otra causa de ese rechazo hacia la poesía es que mucha gente piensa que su lectura requiere de un mayor esfuerzo. Aunque para mí ese esfuerzo es relativo. A mí me cuesta menos leer un poema de Paul Celan que uno de esos tochos de mil páginas de Almudena Grandes. (Risas)

¿Qué le dirías a un joven escritor que quiere hacerse célebre y vivir de la literatura?
Que es una víctima del sistema. Que el sistema le ha contado que es posible vivir de la literatura, cuando en verdad las posibilidades son ínfimas. En la época en que mandaba mis poemas y mis novelas a concursos y a editoriales, a veces también me daba por llamar directamente. Sólo me cogieron el teléfono en dos ocasiones. En una me dijeron que el editor no estaba, y en la otra, por lo que fuera, respondió Pío Serrano —que era el editor de Verbum, aparte de escritor y experto en literatura coreana— y me dijo una cosa que me perseguirá toda mi vida: “Si quieres vivir de esto, lo primero que tienes que hacer es cambiar de amigos”. Fue un gran consejo, porque los que escribimos tendemos a pensar que desde la soledad, la reclusión y el silencio, nuestras grandes ideas escritas van a servir para abrirnos las puertas del mundo, así, por arte de magia. Y no es así. La literatura es como cualquier otro gremio. Necesitas conocer gente.
¿Se puede vivir en España de editar poesía o, en general, de editar libros de manera independiente?
La cuestión es a qué llamamos vivir. Si estás soltero y te conformas con tus libros, tus gatos y con seiscientos euros al mes, puedes vivir o, más bien, sobrevivir. Pero es muy difícil que no llegue una pareja, que no lleguen niños, o que no llegue un momento que digas “es que estoy tan saturado que a mí lo que a me apetece ahora es irme a una playa griega a ponerme en pelotas”. Ya, pero es que para ir a esa playa hay que pagar el avión, el hotel…Se puede sobrevivir, pero el que quiera vivir cómodamente, humilde pero cómodamente, que se vaya a trabajar al Mercadona. Ahí tienes tus mil doscientos euros fijos, y cuando sales nadie te va a dar por culo con nada. Lo de la edición es un sacerdocio continuo y da muy poco dinero.
¿Entonces…?
Lo que ocurre es que este oficio genera una adicción brutal. El perfil se asemeja mucho al jugador de Dostoievsky. Mario Muchnik, por ejemplo, no sé la cantidad de veces que se ha arruinado, pero en cuanto puede, vuelve a crear otra editorial. En cualquier caso, editar libros es un negocio muy complicado. Recuerdo que Chema de la Quintana, de Amargord, que es alguien a quien yo quiero mucho, un día me dijo: “Tus mejores ideas serán tus mayores fracasos”. Y es verdad, él mismo ha lanzado colecciones preciosas, y la gente ni se ha enterado ni las ha apreciado.
¿Qué sellos editoriales son para ti un referente en España?
En narrativa hay mucha gente independiente, como los que pertenecen al grupo Contexto, Libros del Asteroide, Editorial Minúscula, Sexto Piso, que hacen cosas maravillosas, pero si no te importa, prefiero ceñirme al campo de la poesía, que es lo que más conozco.
Claro. Entiendo que eres y has sido sobre todo un editor de poesía.
Verás, es que todo editor que se meta a defender la poesía —y que conste que esto no lo digo para quedar bien— ya tiene mi más profunda admiración. A partir de ahí, considero que tuvo mucho mérito lo que hizo Emilio Torné en Calambur, sobre todo en lo que se refiere al trabajo gráfico, o lo que ha hecho Pepo en Bartleby, principalmente por sus rescates y traducciones, o Charo y Antonio en Huerga & Fierro, que llevan nada menos que cuarenta años. También está Pretextos, que lanzan unas propuestas preciosas. Y, por último, quiero mencionar a Juan Pablo Roa, que tiene una librería y editorial en Barcelona que se llama Animal Sospechoso. Juan Pablo hace unos libros bellísimos, unos libros que además están hechos con la intención de perdurar en el tiempo. No son exabruptos para ganar dinero rápido.
¿Con qué libros de los que has editado hasta la fecha estás más satisfecho?
Si menciono tres, me estoy dejando fuera otros tres. Pero tengo que decir que el libro que me puso en la pista de lo que tenía que ser mi trabajo fue Naïf, de José Kozer. Primero fue el descubrir a Kozer a través de una entrevista en YouTube que me mandó una amiga. Me pareció impresionante. Luego leerlo fue mejor todavía. Entonces me ofrecí y le publiqué ese libro. Además fue un contacto que busqué yo, no me fue impuesto por el azar o por petición o por autocampaña del poeta en cuestión. También han sido muy importantes para mí Etime, de Miguel Ángel Muñoz Sanjuán, y Desobediencia. Porque ambos fueron muy complejos de maquetar y de corregir. Y además los hice en plena pandemia y en plena depresión. Por eso tienen mucho significado para mí.
Para terminar y saliéndonos un poco de la literatura, ¿es cierto que sabes mucho de fútbol, incluso más que de poesía?
(Risas) No sé. Lo cierto es que soy un apasionado del fútbol, aunque nunca hable de ello en los ambientes literarios. De hecho, muy poca gente conoce esta faceta mía. Lo sabe Antonio Figueras, Emilio Torné, Manuel de la Fuente… no muchos más. En alguna ocasión he comido con Torné y otra gente del mundo de la poesía y Torné me decía cosas como “este es como Guardiola con Mouriño”. Nos decíamos las metáforas futbolísticas relacionadas con la poesía bajando la voz, porque es verdad que está muy mal visto que te guste el fútbol en el mundo intelectual en general, lo cual es una cosa arcaica. A mí me la pela, es decir, no me importa nada que esté bien o mal visto. Mi relación con el fútbol es emocional, casi animal. Para mí es uno de los juegos más divertidos que existen, pero no soy el típico literato pesado con el fútbol, como Eduardo Galeano o Jorge Valdano. Todos esos intelectuales futbolísticos, toda esa ideología de literaturizar el fútbol, que viene mucho de Argentina y de Uruguay, no me gusta nada. Además creo que al fútbol le ha hecho mucho daño, porque intentar hacer literatura o filosofía de lo que no es más que un juego es ya de por sí un fracaso.